…como un amante en medio de la vida, aquel hombre se tocó los labios,
las sienes, el costado de dolor;
sentado, entrecruzó los dedos de las manos y clavó los ojos
sobre la tierra y el tiempo, sobre todo, sobre nada,
después tragó saliva con esfuerzo y pestañeó despacio el tiempo, la luz y la paciencia;
… tras siglos y generaciones, lentamente, introdujo una mano
en el bolsillo del mundo - el de retaguardia tal vez, pensó -
y buscó algo;
la sacó vacía y se mesó los cabellos con aquel mar de tristeza
de hombres y mujeres que alguna vez se paran, se sientan y sin rencor
dialogan con ella;
… y cayó tanto sol como es la soledad,
y cayó también la angustia, y las hierbas cercanas, las que crecen y al crecer
se agolpan, las mismas que al secarse secan las fuentes/corazón y la alegría verde,
pero no la amistad última de andar consigo mismo e idéntico hasta el fin;
[… aquel hombre - comentarían más tarde - no tuvo nacimiento, ni patria, ni edad para morirse]
… se levantó y estremeció su cuerpo como un río que marchara a despeñarse
sin más grito que un tambor del alma tronando, escrutando y diseñando el ser
que quería ser: dos gotas de amor y dos gotas de rocío;
… y sin dejar rastro, entre el más sutil de los silencios, un día desapareció.
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Todos los derechos pertenecen a su autor. Ha sido publicado en e-Stories.org a solicitud de Antonio Justel Rodriguez.
Publicado en e-Stories.org el 06.05.2010.
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