Enjambre de miserias

En las favelas de Río no quedan recovecos de esperanza. Confinados. Hasta los sueños huelen a sangre. La ley del silencio aniquila codependientes; donde ningún psicólogo del mundo saldría ileso, ajeno al dolor, inmune al sufrimiento; aridez invertebrada.La inmensa miseria rastrea humedades, altiva ingenios de supervivencia entre basuras e inalterable desorden. Las armas son el pan de cada día y las noches tiemblan entre las paredes en escurridizas callejuelas retorcidas donde humean vapores nocivos, muy densos; hay sustancias que ascienden a nubes muy grises. Dejando los pulmones inservibles, cargados tristemente. Casi desnudos roban tus secretos. Pero el sueño no muere aunque pida venganza. Son muchos ojos negros observándote y rastreando tus puntos débiles. Se mezcla en alcohol, derramándose al abismo. Descomunales ratas del tamaño de unos tejones adultos, con dientes y garras como sables, acampan a sus anchas. Y todos quieren huir aunque parezca imposible. A las islas de la eternidad, vistas en canales extranjeros desde improvisadas parabólicas. Inmensa sordidez. ¡No te impacientes si alguna vez entras al laberinto! Porque se puede salir del angustioso parque temático, sobornando al guardián de los infiernos, ¡sólo trescientos reales te harán libre de nuevo!
 

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