Jona Umaes

La casa de los furtivos

— ¿Qué tal el trabajo Paco?

— Lo de siempre. Sin novedad en el frente. Bueno, hoy se han incorporado un par de ingenieros. A ver qué tal se adaptan a la disciplina del cuartel.

Paco era sargento de Regimiento de Infantería, en un batallón de Carros de Combate. En el cuartel era conocido por su carácter duro y exigente. Como debe ser un sargento que se precie, según su forma de pensar.

Su mujer Olga, ama de casa, tenía debilidad por todo lo relacionado con el ejército. No era de extrañar que acabara con un militar. Tenían un único hijo de 16 años, Carlos. En plena adolescencia, lucía cuerpo escultural, carne de gimnasio, suplementos vitamínicos y batidos de proteínas.

Durante la comida de aquel día, las noticias en la televisión informaban de pactos entre partidos políticos, anticipo de una nueva legislatura. En el argumentario del partido Vox, la lucha contra los derechos y beneficios concedidos al colectivo LGTB. Era el único partido que tenía prejuicios contra las personas de distinta orientación sexual.

— Esa panda de maricones y tortilleras, no hacen más que generar mala influencia en los críos. Por eso se ven cada vez más por las calles, besándose sin pudor y escandalizando a la gente normal. Se me revuelve el estómago. Esto no tiene remedio. Parece que hubieran salido del armario todos al mismo tiempo.

— No hables así delante del niño. No hacen ningún mal. También tienen derecho a pasear y expresar libremente sus sentimientos.

Carlos comía y callaba. Atento también a las noticias, pero sin opinar.

Los padres no sabían si su hijo tenía novia. Tenía un grupo de amigos y amigas. Era de carácter reservado y no soltaba prenda. Aunque imaginaban que tendría loquitas a las chicas porque era muy coqueto. Cuidaba muy bien su vestimenta y estaba en forma.

Un día Carlos estaba en la ducha y la madre entró en su habitación para ordenar un poco. Si cuidadoso era Carlos en su aspecto en la calle, lo contrario era en la casa. Su habitación era una jungla y ninguna intención tenía de reeducarse mientras la madre lo consintiera en ese aspecto. El móvil del chico empezó a sonar.

No sabía si llevárselo al baño y mientras se decidía o no, paró la melodía. A continuación, llegó un mensaje. Sin querer leer, pero leyendo, se quedó desconcertada por el texto:

“Carlos, soy Julio. ¿Dónde te metes? Ayer me lo pasé muy bien. Me encanta como besas y el polvo que echamos de los mejores en mi palmarés. Te echo de menos”

Olga se retiró a la cocina y no dijo nada a su hijo cuando se cruzó con él en el pasillo.

Al siguiente día, arreglando su dormitorio, fue a colocar la ropa recién lavada en el armario. Retiró la pistola de su marido que descansaba sobre unas toallas y al depositarla sobre una cajonera topó con el lateral del armario. Se produjo un sonido hueco que le sorprendió. Resultaba extraño que un armario hecho de aglomerado sonara de esa manera. Tocó con los nudillos en los otros paneles y el sonido era sordo. Cogió su móvil y con la linterna ilumino la zona donde estaba la pistola. Observando con atención encontró una pequeña hendidura. Con el dedo índice intentó tirar pero no consiguió nada, así que buscó un destornillador y pudo soltar el falso lateral. El hueco era bastante grande y cobijaba una bolsa de plástico con cosas dentro. La cogió y se sentó en la cama para inspeccionar su interior. Comenzó a sacar objetos: Pelucas de varios colores, pestañas postizas, barras de pintalabios, ropa interior de mujer, set de maquillaje, un par de vestidos, zapatos de tacón… Había también un libro, no muy grueso, titulado “Soy hombre, pero me siento mujer”.

No podía creerlo. Su marido se convirtió de repente en un desconocido. Creía conocerle y aquello era inimaginable. Se le cruzaron varias ideas por la cabeza. Quizás fuera de una fiesta de disfraces. Pero ¿por qué iba a esconderlo? Y el libro… ¿Cómo era posible fingir algo así durante tanto tiempo y ella no haberse dado cuenta? Quizás tenía doble personalidad. Ya no sabía qué pensar.

Volvió a guardar las cosas en la bolsa y lo dejó todo tal cual lo encontró.

_____________

 

— Hola guapa, ¿qué tal la mañana?

— Bien, hace un rato que terminé de arreglar el dormitorio y luego me he relajado un poco en el sofá.

Al rato llegó el hijo.

Los tres estaban sentados en la mesa del salón, en el almuerzo, viendo las noticias. Era el día del Orgullo y emitían imágenes de la concentración. Miles de personas se manifestaban por las calles. Autobuses llenos de gente bailando al ritmo de la música, con vestimenta de lo más variopinta, algunos en actitud provocativa y hasta exhibicionista. Emitían imágenes de actos reivindicando sus derechos y conciertos de música con artistas conocidos.

— Mira a esos degenerados. Vaya pintas. En ropa interior, besándose descaradamente. Y lo peor es que se lo permiten las autoridades. Si cualquier persona saliera con esas fachas por la calle, rápidamente le caería una denuncia por escándalo. Pero claro, en una manifestación de ese tipo hacen la vista gorda. Los políticos todos a favor, por su puesto, que luego les pasan factura los electores ante cualquier comentario crítico. Tolerancia 100. Lo peor es que cada vez hay más. Es una epidemia. Se multiplican como virus.

— Deja de decir barbaridades, Paco. Es una manifestación pacífica. Vale que tienen pintas raras, pero sólo quieren llamar la atención. En su día y quieren hacer el mayor ruido posible.

— Mamá, papá. Quiero decirlos algo.

Los padres giraron la cabeza hacia su hijo.

El hijo tragó saliva y su corazón se puso a cien. Tenía que liberarse de aquello que había ocultado tanto tiempo.

— Soy gay. Estoy saliendo con un chico y me va muy bien con él.

Tras unos segundos de silencio incómodo, habló el padre con la cara blanca como la leche.

— ¿Qué has dicho?

— Tranquilízate Paco.

— ¿Pero has oído lo que ha dicho?

La sangre le inundó la cara, pasando de estar pálida a enrojecida. El volcán estaba a punto de hacer erupción.

— ¿Cómo has podido engañarnos de esa manera? Yo no te he educado para que nos salgas ahora con algo así.

Pegó un puñetazo en la mesa haciendo vibrar los cubiertos y zarandear las bebidas en los vasos.

— ¡Te voy a poner derecho yo a ti!

Se levantó bruscamente, haciendo caer la silla hacia atrás. Se fue para su hijo con actitud amenazadora. El hijo era más alto que él, y aunque fuerte, no lo era tanto como su padre, de complexión robusta. Lo cogió de la pechera y empezó a soltar exabruptos.

— Deja al niño en paz. ¡No seas animal!

— ¡Quita! Aún no es tarde para enderezar a esta nenaza.

— ¡Te digo que lo dejes!

El marido soltó un brazo hacia atrás para apartar a la mujer que intentaba separarlo del hijo. La mano le golpeó el rostro haciéndola sangrar por la nariz. La mujer se retiró llorando con la mano en la cara y se dirigió al baño. Escuchaba alterada el jaleo de la trifulca en el salón. El hijo no se amilanaba y se defendía como podía, soltando tarascadas contra el padre.

No tardó la mujer en aparecer en el salón con una bolsa en la mano y empezó a darle en la cabeza al marido.

— Déjalo ya, ¡cabrón!

Una y otra vez le daba con la bolsa, pero al marido no se separaba del hijo, haciendo volar mamporros.

— ¡Deja de fingir de una vez! — estalló la mujer en un grito de desesperación, estrellando una última vez la bolsa sobre el marido. La bolsa reventó y su contenido se esparció por el suelo.

Aquello sorprendió al marido que paró de inmediato. Su mirada incrédula se quedó clavada en el suelo, observando aquellos objetos que parecían no tener que ver con él pero reconociéndolos vagamente. Algo en su interior le decía que eran suyos. Su otro yo, aletargado, eclipsó al violento marido y se activó como cuando alguien acciona un interruptor.

— ¿Qué hace mis cosas en el suelo? ¿Qué ha ocurrido? ¿Por qué me miráis así?

Todos los derechos pertenecen a su autor. Ha sido publicado en e-Stories.org a solicitud de Jona Umaes.
Publicado en e-Stories.org el 06.10.2019.

 
 

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