Siempre que llego al trabajo le veo fumando un cigarrillo y tomándose un café.
A pesar de estar rodeado de tres o cuatro personas, está solo.
Le han puesto en una oficina minúscula, aislado de cualquier cosa que parezca una
persona.
Curiosamente, a pesar de tener un puesto de responsabilidad, no le han dado teléfono
móvil.
Su oficina me recuerda a una jaula donde metes a un animal para torturarle.
Él sueña con relacionarse.
Sube a nuestra oficina con cualquier excusa del trabajo para poder hablar durante unos
minutos con alguien.
La gente no quiere estar con él. A las dos de la tarde, le ves comiendo solo, a pesar de
ser una hora en la que podría comer mucha gente. Unos comen antes y otros después,
pero nadie con él.
No tiene maldad. No hace daño a nadie. El daño es su presencia. Es una de esas
personas con una energía tan negativa que se huele a distancia. No hace falta que haga
nada para que la gente hulla de él. Simplemente pasa.
Solo un personaje al que su ego le obliga a hablar con todo el mundo (del que también
se podría sacar mucha miga) charla con él de vez en cuando y le hace creer que aún
tiene esperanzas de encontrar algo parecido a un amigo, hasta que la pesadilla llamada
soledad deje de pisarle los talones y le deje descansar tranquilo alguna vez, aunque solo
sea durante un segundo.
Todos los derechos pertenecen a su autor. Ha sido publicado en e-Stories.org a solicitud de Juan Carlos González Martín.
Publicado en e-Stories.org el 01.09.2011.
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