Semana santa en primavera.
Quince minutos.
Los huesos del cielo vagabundean por las raíces.
La primavera deja ver sus enaguas redondeadas en los bordes de las flores
y puntiagudas en las zarzas enhiestas y vergonzantes.
Las rosas siguen siendo desconfiadas: pinchan cuando se las acaricia
y clavan sus manos desesperadas en la palma de la mano
en un intento suicida de huir del tronco que las aferra
prefiriendo el asesinato de ser deseadas y, contempladas, morir en su belleza.
Los frutos se preparan para ser paridos.
Las parejas se conforman con vagabundear con sus hormonas al descubierto
por las laderas limítrofes de sus vidas y de sus deseos.
Quince minutos para desearte algo que ignoro si te gusta o no.
Diez para asegurarte que huiré en cuanto tu vista repase un solo milímetro
de mi sombra.
Y uno sólo para desearte suerte y felicidad.
El sol eructa sobre la Antártida y deja escapar de su mudez
una azulada aurora boreal.
Todos los derechos pertenecen a su autor. Ha sido publicado en e-Stories.org a solicitud de Maria Teresa Aláez García.
Publicado en e-Stories.org el 03.04.2009.
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