Maria Teresa Aláez García

Una mirada tras la ventana

Tras varios duros días durante los cuales me he peleado con el teclado porque se resiste a obedecer, debido a problemas técnicos, pues una tecla se ha quedado enganchada; tras una dura jornada, haciendo mi trabajo remunerado y el casero, incluyendo en este último la pseudoeducación infantil, al modo de entender de los sesudos personajes que piensan que por tener un título pueden ir juzgando y condenando todo lo que ven  y oyen y colocan etiquetas a los demás a diestro y siniestro sin estar autorizados de ninguna manera. Tras haber dado las buenas noches a mi familia y haber leído algunas frases que para unos son bromas y para otros insultos, evidenciando que el carnaval se acerca ya y que es hora de tomárselo todo con más humor que pena, he realizado una acción que me suele gustar bastante: usar de modo aleatorio el buscador del “you tube”. Y he encontrado una romanza, en mi bemol mayor – una tonalidad que no suele llamarme mucho la atención – de Gerald Finzi. Op. 11. Me ha gustado porque me ha ayudado a acompañar a la noche. Tranquila, acogedora. A veces apago las luces y miro por la ventana, la quietud, la soledad, el silencio. La gente pasando por la calle con frío y con miedo.  La oscuridad les hace sentir inseguros. También la hora, la necesidad del descanso y de preparar lo necesario para el día siguiente y el hecho de encontrarse con los seres queridos.  A mí me gustaba, los viernes por la tarde o tarde noche, bajar paseando y darme tiempo. No cogía más que quince minutos pero intentaba aprovecharlos hasta el máximo posible.

A continuación encontré el aria final de Catone in Utica, de Piccinni. Más vivo, más mañanero diría yo. Un miembro de mi familia se ha levantado. Estos momentos, entonces, parece que me cortan el ambiente y siempre me ocurre cuando escribo. Si paso una tarde sentada o acostada sin hacer nada no tengo ninguna interrupción. Basta que quiera escribir o estudiar para que se me requiera hasta la saciedad. Será causado o explicado por  alguna ley equiparable a la de Murphy.  El caso es que por dicha razón, para escribir y sobre todo para estudiar, siempre tengo un lugar preciso en la biblioteca, en las cinco o seis que durante toda mi vida he usado como refugios.  Las que recuerdo con más cariño con la biblioteca del aula Antonio Ramos Carratalá de la Cam en la calle Mayor de Cartagena (Murcia, España) y la del I.N.B. Jiménez de la Espada en Cartagena, igualmente. La biblioteca de la facultad de Magisterio en la Universidad de Alicante, la de la facultad de Derecho, la de Filosofia y sobre todo la enorme biblioteca general. Y ya en mi ciudad, la biblioteca pública de Barranquet. También, aunque el tiempo que pasé en ellas fue muy corto, me encantaron las del castillo de Las Navas del Marqués en Ávila y la Biblioteca Nacional de Madrid, de donde me hice socio. Y la biblioteca de la Coruña, por supuesto, a la que acudía todos los días recorriendo un paseo por los cantones y por la parte antigua que era encantador. Como si estuviera colocándome en esos tiempos relatados en “La Regenta” o en “Los gozos y las sombras”.  Y al mirar en todas esas bibliotecas, a través de los ventanales, siempre encontraba el mar. De un modo u otro, un cielo gris, nublado y el mar reflejado en él. Digo de un modo u otro porque en Ávila no hay mar y en algunas de estas bibliotecas, las ventanas dan a una calle simplemente. Pero la luz era fría como la que aparece en los días nublados y de tempestad. Y entonces la biblioteca tiene algo de protector, de  seguridad, de esperanza. Me daba la impresión de que aprovechaba el tiempo correctamente. En algunas de estas bibliotecas, podía además bajar o subir a algunas de las salas y acudir a conciertos, actuaciones, a exposiciones de pintura, escultura y fotografía,  y viendo todos aquellos libros dispuestos para ser leídos y estudiados, daba la impresión de poder tener el mundo en mis manos. Después el mundo reclamaba de un modo u otro lo estudiado, fuera en forma de exámenes – curioso que la gente se pase la vida examinando a los demás como si quedara esa huella recriminatoria del recuerdo y la memoria de unos contenidos que quizás nunca vayamos a utilizar pero que se exigen de igual modo y si no se encuentran en el otro, sirven de instrumento para seleccionar y provocar una escisión con gran parte del mundo por no encontrarse a la altura o no darnos muestras de su trabajo y del provecho del mismo - , fuera en formas de experiencias usando dichos conocimientos.

Mis profesores tenían la costumbre – todos – de realizar dictados o explicar, mirando en muchas ocasiones, por la ventana, cuando realizaban pausas. Bien para vigilar a quienes se saltaban las clases en el patio, bien para descansar un poco la vista y dejarla perdida hacia el cielo o las nubes. Es una manera de descansar, teniendo cuidado de controlar esa mirada, no sea que alguien ignorante pero que se las diera de saber de todo y sin preguntar, pensara que estaba loco o loca.  Que de todo hay en este mundo y mucho más de gente que hace de lo que sabe un bastión infranqueable que no permite más opinión que la suya y que impide la entrada de cualquier innovación, punto de vista y opinión ajena. Además de levantar el muro, se permiten el lujo de despotricar contra el que queda fuera del mismo sin molestarse en conocerlo – no les hace falta alguna – y después de condenarlo como si fueran jueces.  O dejarlo en evidencia o como si estuviera loco. Pues por esas personas hay que tener cuidado. Se dice que muchas veces el mal está más en el que mira que en el que lo realiza. Esto no significa que siempre pero sí la mayoría de las veces y esto puede traer consecuencias funestas.

Por eso me gusta ir tocando teclas en mis textos. Para ver los resortes que van levantando. La gente que me conoce o me escribe o habla conmigo o al menos se molesta en intentar entender las cosas y tienen claro que los textos que coloco son pruebas. En este caso y en algunos anteriores, a ver si puedo recortar las frases y no transgredir más las reglas gramaticales en la sintaxis.  O en intentar exponer las ideas de modo ordenado sin irme por las ramas, cosa que también me cuesta mucho,  a la par que pruebo nuevos ritmos y colocación de acentos en los poemas, por eso vienen sin rima.

En fin, los textos quedan aquí y que cada cual piense lo que le dé la gana mientras no los use como justificación para cometer un delito en su contra, en la mía, contra la salud pública, contra la seguridad del Estado y contra el resto de los ciudadanos.

 

Voy a seguir peleando con el teclado y a prepararme para salir dentro de unas horillas hacia el hospital, mi segunda residencia. Y desde allí, si puedo, tendré ocasión de escribir algo y de mirar otro mundo distinto por la ventana, un mundo aparentemente árido y solitario pero encantador.

 

Por cierto: sabían ustedes que Madrid fue, por corto tiempo, capital de Armenia, ¿verdad? Yo me voy a olvidar en  cuanto me levante de la cama. Mi cabeza ahora tiene que estar llena de otros asuntos. 

Todos los derechos pertenecen a su autor. Ha sido publicado en e-Stories.org a solicitud de Maria Teresa Aláez García.
Publicado en e-Stories.org el 18.02.2009.

 
 

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